LA INFANCIA. Caminando hacia nuestro hogar
“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." (Mateo 18:2-4)
Recuerdo aquel cañón que disparaba lejos sus cohetes de plástico y recuerdo mis plumas y el tambor, sobre todo aquel tambor alargado, de membrana de goma, que yo, seguramente con más ganas que ritmo, aporreaba fuerte. Mi infancia fue algo bélica, como lo fue supongo, el imaginario de mis padres y de todos, con aquella guerra fratricida, espantosa, aún sonando en los himnos. Tengo una foto, bendito invento que fija los instantes, allí estoy yo con 2 o 3 añitos, volcado en el tambor y mi madre detrás, muy cerquita, sonriendo feliz. Mi apoyo permanente para poder así abrirme y desplegarme. Que extraña paradoja, siempre cuidando, siempre protegiendo, con miedo frente aquello que tuviera un potencial peligro. ¡Que difícil destino el de muchas mamás!
Pero, que fuerte el niño, que intenta el más difícil, a pesar de los riesgos y a pesar, de la advertencia presta o del grito de aviso, de la mirada temerosa, esa mirada que se le clava a veces en la nuca, en los ojos, manifestando entonces que el mundo es un problema, un lugar peligroso.
Recuerdo aquel cañón que disparaba lejos sus cohetes de plástico y recuerdo mis plumas y el tambor, sobre todo aquel tambor alargado, de membrana de goma, que yo, seguramente con más ganas que ritmo, aporreaba fuerte. Mi infancia fue algo bélica, como lo fue supongo, el imaginario de mis padres y de todos, con aquella guerra fratricida, espantosa, aún sonando en los himnos. Tengo una foto, bendito invento que fija los instantes, allí estoy yo con 2 o 3 añitos, volcado en el tambor y mi madre detrás, muy cerquita, sonriendo feliz. Mi apoyo permanente para poder así abrirme y desplegarme. Que extraña paradoja, siempre cuidando, siempre protegiendo, con miedo frente aquello que tuviera un potencial peligro. ¡Que difícil destino el de muchas mamás!
Pero, que fuerte el niño, que intenta el más difícil, a pesar de los riesgos y a pesar, de la advertencia presta o del grito de aviso, de la mirada temerosa, esa mirada que se le clava a veces en la nuca, en los ojos, manifestando entonces que el mundo es un problema, un lugar peligroso.
Y contra todo eso, la energía del juego, el desparrame, la sudada brutal, el riesgo porque si, la búsqueda curiosa... Y los amigos siempre.
Y que decir del fuerte, lleno de soldaditos con casacas azules, o si no, de vaqueros de plástico, a veces a color, peor si no monocromos. La verdad es que resulta como el cine, que en blanco y negro cuela, hoy muy pocos se arriesgan y a veces es sublime, como el dibujito de Mafalda aquí al lado, apela a la abstracción a la imaginación, una vez más a los ojos de niño. Los indios a caballo cercaban ese fuerte y lanzaban feroces ataques, que yo escenificaba sin comprender muy bien la causa de su ira. Las pelis no lo decían, pero los estaban exterminando, un genocidio del que nadie hablaba, del que nadie sigue sin hablar, les robaban sus tierras y mataban al sagrado Bisonte, solo para quitarle la lengua y nada más, disparando a discreción desde carretas o desde el caballo de hierro en marcha. Los pieles rojas eran los malos, al menos desde el punto de vista del cine de la época, sin embargo poseían el atractivo del salvaje, más o menos noble. Nos nutríamos de los programas dobles del cine y de las novelitas ilustradas.
Hay un día que se que no podré olvidar, mi padre colocó sobre la mesa aquel batallón de soldaditos en formación perfecta y después me siguieron para sentir el golpe de la dulce sorpresa y yo sentí una alegría profunda, como la siente un niño. Son detalles que a veces nos besan en el alma y nos hacen sentir el cariño de ellos, de los padres. Regalos, caricias y sorpresas, como el dulce despertar las mañanas de Reyes.
Este cortito de dibujines, habla de la perspectiva que puede llegar a tener un niño, de nuestro mundo adulto y de que probablemente no le compensan tantas renuncias y "sacrificios" por un montón de cosas inútiles y por "15 días de vacaciones".
"Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: A alegrarse sin motivo, a estar siempre ocupado con algo, y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea." Paulo Coelho. La Quinta Montaña.
Etiquetas: Infancia y aprendizaje